Pasa siempre despacio: va a jugar su tresillo
este viejo humanista, con su larga levita,
que la de don Juan Álvarez Mendizábal imita,
y su pequeña caja de rapé en el bolsillo.
Junto al brasero, envuelto en un humo de espliego,
lee después a Horacio, en un goce inefable…
Todo en su lenta vida es ejemplar y amable,
como en las dulces fábulas del pulcro Samaniego.
A la tarde va al campo, bordeando los rastrojos,
y hace el mismo paseo, oloroso a tomillo,
que harán siempre sus hijos, que hizo siempre su abuelo…
Lee un rato. Y, de pronto, al levantar los ojos,
ve la primera estrella que, al encender su brillo,
le echa una escala mística para subir al cielo.