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José Somoza ante el duelo (1839)

American politicians Alexander Hamilton (1757-1804) and Aaron Burr (1756-1836) take aim in the duel that would end Hamilton’s life, Weehawken, New Jersey. (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

En las Obras de somoza de 1842 encontramos una «Carta de un amigo a otro sobre el reto o desafío, mejor dicho, sobre el duelo, porque puede haber reto o desafío y no por eso haber suelo, como hemos visto recientes ejemplares; aquí de lo que se trata es del duelo y de sus leyes». Se trata de una carta en tono irónico, que en la «Noticia biográfica» dice que la escribió en 1839 para los amigos.

Somoza debió estar influenciado por las ideas de Bentham que consideraba que sólo el Estado puede imponer la Justicia y decidir la pena. Estarámos, pro tanto, ante otro escrito benthamiano de somoza, relacionado con la Justicia, penas, delitos, cárceles, etc…

Piero Menarini ha estudiado esta idea an autores iluministas: «Tre contemporanei e il duello: Jovellanos, Iriarte e Montengón». Specilegio Moderno, 2 (1973), pp. 53-79. Azorín dice que ideas similares a las de Somoza están en Impugnación físic0-moral de los desafíos (1806; folleto), de un tal Llunar (seudónimo). En la Crónica Científica y Cultural, periódico de tendencia ilustrada, se arremete contra el duelo en «Moral» (211, 6 abril 1819, p. 3):

Esperamos que la propagación de las luces verdaderas, que nacen de las ideas religiosas, acabarán de desarraigar tan bárbara costumbre; que los escritores trabajarán para destruirla con las armas del raciocinio; que la voz del público se alzará contra este abuso de valor; que los poetas dramáticos en lugar de presentar al público, bajo un aspecto favorable, las fanfarronadas caballerescas y los homicidios en regla, se dedicarán a la pintura de costumbres mas suaves, cuales son análogas al temple general y a las ideas dominantes en el siglo.

Larra escribió sobre el duelo y citó como argumento de autoridad a Rousseau. Esto debió ser hacia 1836. Las autoridades impidieron un duelo entre Antonio Alaclá Galiano y Manuel López Cepero (deán), que lo acusó de propugnar la independencia de las colonias americanas (1820). Cf. García Barrón, Carlos. La obra crítica y literaria de Don Antonio Alcalá Galiano, p. 22.

Juan Martínez Villergas condenó el duelo en su novela Los espadachines (1869). Tirso de Arregui publicó Tratado sobre el duelo (Barcelona, Imprenta de X. Mascaró, 8a. ed., 102 págs).

José Somoza y la Pepa

Este lunes celebramos el bicentenario de la Constitución de 1812. José Somoza no pudo estar en Cádiz porque debía cuidar de su hermano en Piedrahita, a pesar de que sus amigos liberales lo reclamaban para que participara en la redacción de la Constitución.

Su amor a la Pepa le lleva a enterrar un ejemplar de la Constitución junto a un árbol del paraje de la Pesqueruela en 1814, cuando se produce la toma del poder por parte de los absolutistas y andan por Piedrahita buscándolo.

José Jiménez Lozano recuerda a Somoza en uno de los artículos que ha escrito con ocasión del bicentenario, que titula «El sagrado texto»:

No parece, ciertamente, que se pueda encontrar, en el mundo, un amor tan cándido y ardiente a ninguna ley como el de don José Somoza, a quien se llamó «el hereje de Piedrahita», por la Constitución de 1812. En realidad, fue el prototipo o hasta quizás el único ejemplar de aquellos españoles a los que esa Constitución de 1812 prescribía que fueran justos y benéficos.

Cuando ésta fue abolida tras «los tres mal llamados años» – aunque fueron bien reales, necios y terribles, pero aquí se pueden desmochar estatuas y siglos enteros a gusto de quien manda–, don José Somoza cogió su caballo y fue hacia una finca de su propiedad, provisto del «Sagrado Texto» de la Constitución, que enterró entre lágrimas y soliloquios de esperanza de su restablecimiento. Y, desde luego, era una buena mayoría la que también hablaba del «Sagrado Texto», pero tal cosa no era más que una mojiganga, mientras que Somoza esperaba, verdaderamente, de la Constitución gaditana una transformación social, a comenzar por un endulzamiento de las costumbres y el final de desafueros como la violencia política o la tortura judicial, aplicada por jueces de señorío hasta en relación con la caza de conejos.

Pero, desgraciadamente, la Constitución de Cádiz no cumplió las benéficas expectativas del buen «hereje de Piedrahita», que leía cada domingo la homilía de un obispo francés de simpatías jansenistas, sin saber lo que era este asunto, porque él andaba en otras filosofías de la transmigración sidérea de las almas.

Pero es que había gentes así entre sus amigos, incluso un cuáquero en tierra de garbanzos, que fue diputado por Arévalo, don Luis Usoz y Río, y que seguramente tampoco tenía mucho que ver con la «Sociedad de los Temblones». Los tiempos eran así de difusos y confusos, y fue mala cosa para la Constitución misma.

Los absolutos decían cosas atroces de ella, pero quizás no hacían más que diagnosticar lo que pasaba, cuando cantaban:

La Niña Bonita
que en Cádiz nació,
el aire de Francia
mala la pusió.

El doctor Andrés Laguna o el tiempo de las brujas (1846)

En 1932, José Ramón Lomba y Pedraja da a conocer un texto perdido de José Somoza: «El doctor Andrés Laguna o El tiempo de las brujas» (Salamanca, Juan Morán, 1846)

El marqués de Lozoya (Segovia, 1893) se interesó también por la figura del doctor segoviano. En el nr. 7 de la revista Cervantes (febrero 1917, 141-142) publica un soneto:

Andrés Laguna, médico del Papa y del Emperador

Toda Europa se admira de la ciencia
de este nuevo patricio esclarecido;
su profundo saber ha sorprendido
a los doctos de Roma y de Florencia.

El César sus talentos reverencia;
del duque de Lorena es gran valido,
y con espuela y yelmo ha ennoblecido
el Pontífice Julio su sapiencia.

A la par que averigua las virtudes
de plantas de apartadas latitudes,
entre pueblos y príncipes lejanos,

recuerdan sus escritos con cariño
el tiempo en que buscaba, siendo niño,
las yerbas de los campos segovianos.