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Luis de Usoz y Río (1805-1865)

Una exposición en la Biblioteca Nacional y una biografía arrojan luz sobre Luis Usoz (1805-1865), del que ni siquiera se conserva retrato alguno: intelectual del siglo XIX injustamente olvidado. amigo de José Somoza.


Luis de Usoz y Río nació en 1805 en la capital de la provincia de Charcas (hoy la ciudad boliviana de Sucre), hijo de una mujer letrada que había traducido obras del francés antes de partir a América y de un magistrado que fue Oidor Decano de la Audiencia. A consecuencia de las primeras revueltas independentistas y de la descomposición del régimen borbónico, fue acusado de tendencias indigenistas y desterrado. Los Usoz vagaron por el Alto Perú durante más de un lustro hasta que, en 1816 y después de la muerte de la agotada madre, consiguieron regresar a España.

Poco sobrevivió el padre de familia y Luis de Usoz y sus hermanos se criaron con un tío paterno que gozaba de una desahogada posición en la Corte de Fernando VII . Recibió una exquisita educación en los mejores colegios de Madrid y se apasionó con la filología, el griego y el hebreo. Completó su formación en la prestigiosa universidad de Bolonia y en 1834, tras regresar a Madrid, entró a formar parte de los círculos intelectuales en los que irrumpía el romanticismo. Fue redactor de «El Español» y miembro fundador del Ateneo ; pertenece a ese grupo de eruditos y bibliófilos, con Estébanez Calderón, Gayangos y Gallardo, que supo valorar y aprovechar el inmenso patrimonio bibliográfico que llegaba fruto de las desamortizaciones.

Textos sagrados
Hacia 1836 cayó en sus manos la Apología de la Doctrina Cristiana, de Robert Barclay, tratado de la doctrina cuáquera, y entró en contacto con un personaje peculiar, George Borrow, viajero infatigable por España y agente de la Sociedad Bíblica británica, al que ayudó, aconsejó y sacó de más de un apuro. Usoz seguía considerándose católico, aunque anticlerical, y su obsesión era acceder a los textos sagrados para preparar una versión definitiva de la Biblia, así como redactar una historia del protestantismo español que nunca llegó a abordar. En 1837 se casó con María Sandalia del Acebal, viuda y acaudalada, lo que le eximió de preocupaciones materiales. De gira por Europa, en Londres, conoció por mediación de Borrow al cuáquero Benjamin B. Wiffen, con quien trabajó estrechamente desde entonces. A su regreso, emprendió a su costa y con la eficaz ayuda de Wiffen la búsqueda de libros prohibidos. En su correspondencia, que se conserva en la Wiffen Spanish Collection de Oxford, se detalla la odisea para introducirlos en España. Agentes que recorrían librerías y bibliotecas de medio mundo, diplomáticos e ingenieros de ferrocarril ingleses que servían de correos, funcionarios de aduanas comprados, hasta recibió una obra camuflada hoja a hoja en un periódico. Se fue aislando de su entorno y sus contemporáneos le describen solitario y cabizbajo, con largo gabán y sombrero calado. Gallangos escribe a Estébanez Calderón en 1842 que se ha encontrado con Usoz en San Sebastián «hecho un herejote».

Clandestino
Con su imponente biblioteca de más de diez mil volúmenes, que contiene propaganda protestante y opúsculos luteranos, Usoz puso en marcha su gran obra, la «Colección de Reformistas Antiguos Españoles», en la que editó a autores españoles prohibidos u olvidados, especialmente a Juan de Valdés. Veinte volúmenes exquisitamente anotados que se imprimían por lo general de forma clandestina, sin nombres ni pie de impresor (Ignacio Ramón Baroja, tío abuelo del novelista, fue uno de ellos). Usoz falleció en 1865. Aunque desconfiaba del destino que podrían correr sus libros en España, dejó la decisión a su esposa. En 1873, tras la proclamación de la República, que planteaba la libertad religiosa, María Sandalia donó la colección a la Biblioteca Nacional. Las autoridades republicanas la acogieron con entusiasmo y ordenaron que permaneciera unida, con signatura propia (U/…) y en una sala especial presidida por el retrato de María Sandalia.

Sus contemporáneos le describen solitario y cabizbajo, con largo gabán y sombrero calado

Descollaba por entonces Marcelino Menéndez Pelayo, que vio el cielo abierto. En 1879, confesó a un amigo: «Estoy sacando todo el jugo a la librería de Usoz», y en efecto la exprimió a fondo para su obra monumental, la Historia de los heterodoxos españoles, sin la que no habría sido posible. Lejos de reconocer la deuda intelectual y garante de la ortodoxia católica, califica a Usoz de «fanático» al que los libros teológicos del siglo XVI habían producido el mismo efecto que los de caballerías en don Quijote. Tras el saqueo y condena de don Marcelino, cuya estatua sedente preside la entrada de la Nacional, Usoz cayó en el olvido. No fue hasta 1973 cuando el cuáquero Domingo Ricart se propuso rescatarle y escribió una primera aproximación biográfica en la que acusaba a la Biblioteca Nacional de ocultar parte del legado. En su reciente biografía (El discreto heterodoxo, Almuzara, 2016) Manuel Serrano traza un vivo retrato del erudito, pero reitera las tesis sobre el ocultamiento.

Exhumación
Cerca de 45 años ha tardado la Biblioteca Nacional en responder a Ricart. En la exposición («La librería secreta de Luis Usoz, 1805-1865»), la comisaria, Marta Vizcaíno, exhuma los documentos que demuestran que nunca ingresó el epistolario de Usoz y que no hubo expurgo ni catálogo escondido. Tampoco retrato alguno de María Sandalia para presidir una sala en la que, para mayor inri, cayó una bomba durante la Guerra Civil, afortunadamente sin consecuencias porque los libros estaban protegidos. España, donde prendieron los heterodoxos tanto o más que en el resto de Europa, debe a Usoz la recuperación de un capítulo de su historia. La conmemoración del quinto centenario de la Reforma parece la ocasión propicia para que deje de vagar por los pasillos de la Biblioteca Nacional el fantasma de Usoz. Y el de María Sandalia.

«Luis Usoz. Historia de un heterodoxo español». ABC, 9 julio 2017.
«El enigmático Luis de Usoz y su colección secreta de libros prohibidos». ABC.

José Somoza y la Pepa

Este lunes celebramos el bicentenario de la Constitución de 1812. José Somoza no pudo estar en Cádiz porque debía cuidar de su hermano en Piedrahita, a pesar de que sus amigos liberales lo reclamaban para que participara en la redacción de la Constitución.

Su amor a la Pepa le lleva a enterrar un ejemplar de la Constitución junto a un árbol del paraje de la Pesqueruela en 1814, cuando se produce la toma del poder por parte de los absolutistas y andan por Piedrahita buscándolo.

José Jiménez Lozano recuerda a Somoza en uno de los artículos que ha escrito con ocasión del bicentenario, que titula «El sagrado texto»:

No parece, ciertamente, que se pueda encontrar, en el mundo, un amor tan cándido y ardiente a ninguna ley como el de don José Somoza, a quien se llamó «el hereje de Piedrahita», por la Constitución de 1812. En realidad, fue el prototipo o hasta quizás el único ejemplar de aquellos españoles a los que esa Constitución de 1812 prescribía que fueran justos y benéficos.

Cuando ésta fue abolida tras «los tres mal llamados años» – aunque fueron bien reales, necios y terribles, pero aquí se pueden desmochar estatuas y siglos enteros a gusto de quien manda–, don José Somoza cogió su caballo y fue hacia una finca de su propiedad, provisto del «Sagrado Texto» de la Constitución, que enterró entre lágrimas y soliloquios de esperanza de su restablecimiento. Y, desde luego, era una buena mayoría la que también hablaba del «Sagrado Texto», pero tal cosa no era más que una mojiganga, mientras que Somoza esperaba, verdaderamente, de la Constitución gaditana una transformación social, a comenzar por un endulzamiento de las costumbres y el final de desafueros como la violencia política o la tortura judicial, aplicada por jueces de señorío hasta en relación con la caza de conejos.

Pero, desgraciadamente, la Constitución de Cádiz no cumplió las benéficas expectativas del buen «hereje de Piedrahita», que leía cada domingo la homilía de un obispo francés de simpatías jansenistas, sin saber lo que era este asunto, porque él andaba en otras filosofías de la transmigración sidérea de las almas.

Pero es que había gentes así entre sus amigos, incluso un cuáquero en tierra de garbanzos, que fue diputado por Arévalo, don Luis Usoz y Río, y que seguramente tampoco tenía mucho que ver con la «Sociedad de los Temblones». Los tiempos eran así de difusos y confusos, y fue mala cosa para la Constitución misma.

Los absolutos decían cosas atroces de ella, pero quizás no hacían más que diagnosticar lo que pasaba, cuando cantaban:

La Niña Bonita
que en Cádiz nació,
el aire de Francia
mala la pusió.

Carta a Mesonero Romanos (18??)

Mesonero recoge esta carta en las Memorias de un setentón: «… transcribiré aquí un párrafo de una carta que don José Somoza, excelente escritor y poeta, amigo y condiscípulo de Meléndez y de Quintana, me dirigió desde Piedrahita, su residencia oridinaria, en contestación a ciertas preguntas que le hacía sobre ese famoso caudillo (Julián Sánchez); decía, pues, así:

    Tienen fama las charras de Castilla no sólo de buenas mozas, sino de enamoradas y sensibles en sus sombrías soledades. En virtud de ese concepto, y por exageración, cuentan (y será cuento estudiantino) que en tiempo de la guerra de la Independencia, cuando los lanceros de don Julián Sánchez, todos mozos del país, defendían la provincia contra los franceses, refería, lamentándose, una madre al fraile de cuaresma los devaneos de una hija con los dichosos lanceros, para que reprendiese a la muchacha. Pero el fraile exclamaba a cada paso: «!Cuánto me alegro yo de eso!» Tantas veces exclamó, que le preguntó la madre por qué razón se alegraba, a lo que contestó el fraile: «Porque no sabía yo que tenía tanta gente don Julián.

Carta a Juan Alvarez Guerra (1835)

La escribe Somoza para recomendar a Vicente Santiago de Masarnau:

    Sr. D. Juan Alvarez Guerra

    Piedrahita 20 de Junio de 1835

    Amigo mío: me tomo la confianza (sin pedir a V. perdón) de hablarle en favor de mi amigo el Sr. de Masarnau, que como puede V. ver, parece será propuesto para la cátedra de Química del Conservatorio de Artes. Creoq ue ni como profesor, ni como ciudadano carece de mérito. Por de contado, en cuanto a hombre de probidad i honor me atrevo a quedar responsable.

    Siento haver molestado a V. tan pronto, pero al fin presentar un amigo a otro amigo, pretensión es de mejor aire que cualquiera otra solicitud personal.

    Es de V. sincero amigo

    José Somoza

    No esigo que V. se ocupe en contestarme a esta

Archivo Histórico Nacional, Diversos, legajo 8, nr. 643. La carta procede de la colección Sanjurjo.

Una carta su ahijada de José Somoza (1843)

Esta carta que publico es inédita. Posiblemente esté dirigida a Ramona:

    Piedrahita, 23 de septiembre de 1843

    Querida a(h)ijada: remito a usted esa Aria que tiene para mí, i tendrá para usted, la recomendación de estar (h)echa en memoria de mi hermana i además para que pueda usted comparar la letra de mi traducción con la del original.

    El compositor de la música de toda la ópera que es Don Blas Sánchez Egido se (h)a prestado a ponerla separada para usted a ruego mío.

    Este Blas, que a más de músico, es honrado y bueno, puedo decir que es hijo de esta casa pues su madre fue ama de gobierno nuestra. Su abuela lo fue también en casa de mis padres y su bisabuela en fin, fue la que crió a mi hermana para señas que la Duquesa de Alba ecahara en cara a mi hermana cuando reñía con ella que había mamado la lecha de la señora Catalina que la dormía arpando.

    ¿Sabe usted de quién es primo? De la hija del Contador de Aranjuez que viva la casa por cima de la de usted.

    Que sabe música no tiene duda por confesarlo así los profesores que nunca adulan a los de su oficio. Fue a Madrid a los 11 años y ha seguido la carrera hasta los 28 que tiene de edad. Comenzó el solfeo a los 11 con Moreno, el director del Taetro. A lso 15 con Sidón el de la Capilla ?¿ la composición y piano, hasta los 19 que murió Sidón. Siguió con Córdoba en el piano y en el canto con Rear hasta que dos años hace vino a Salamanca de Maestro del Liceo. !Quién sabe si en dicha ciudad sucederá en mérito al difunto célebre Ouyague! Ya se semeja a él en dos cosas: en no ser apto para nada más y en haber vivido con 400 ducados. Pero no quiere seguir porque dice que no puede estudiar los progresos de su arte y quiere huir a Madrid a dar lecciones o aunque sea a afinar pianos porque como soltero le es indiferente el más o el menos de renta.

    Le verá usted el mes que viene y por eso mando toda esta relación del buen don Blas.

    Es de usted y del ahijado su padrino que quiera usted

    José Somoza

Archivo Histórico Nacional, Diversos, légajo 8, nr. 643. Colección Sanjurjo.

Carta a Meléndez Valdés (1811)

José Luis Cano ha escrito (1966, 8):

«Lástima que no se hayan conservado sus cartas, sobre todo las que escribió a sus grandes amigas las señoritas -luego señoras- de Acebal de Arratia. Por las pocas cartas que conocemos de nuestro «free thinker» -por ejemplo, la que publica Ruiz Lagos en su libro, dirigida a Meléndez-, sospechamos que podrían ser tan jugosas como las de Moratín»

La carta a Meléndez Valdés en realidad la publica el Marqués de Valmar a pie de página de su edición de poesía del XVIII, aunque luego la transcribe Ruiz Lagos (1966) que la fecha en Piedrahita (1811):

    Mi estimago amigo y maestro: Con mucho gusto complazco a usted escribiéndole francamente mi opinión sobre su situación actual.

    Es necesario que conozca usted que no es a propósito para esa corte. Tampoco lo fue usted para la de Godoy. Doce años tenía yo cuando V. me recitaba dándome con su dedo en la mejilla:

    !Qué descansada vida
    la del que huye el mundanal ruído! etc.

    Estos eran los principios de usted, que hubiera seguido siempre si a mi señora doña Andrea (sabe usted que se lo he dicho a aella) no se hubiese antojado ser excelencia. Dice que nadie quiere, como ella, a su monsiurito. Pero no sabe quererle si no le aconseja que deje al instante destino y honores. Y con este motivo, y porque también me encarga usted procure alegrarle el ánimo, me ocurre el caso acaecido en una corte de Oriente, como usted habrá leído en los viajeros, y le he de tener la osadía de enviársele en verso.
    Medite usted mi carta, y quiera a José Somoza.

Los Acebal y Arratia

Somoza tuvo amistad con ellos, especialmente con Paula del Acebal y Arratia de Huet -casada con José Ma. Huet. Paula tuvo manuscritos de Somoza que le dejó a a Vicens. Huet le dejó también estudiar originales al Marqués de Valmar.

Juan Antonio Hernández de la Herguijuela tuvo también manuscritos de Somoza.